Se considera que el arte urbano dio sus primeros pasos como tal en el París de la segunda mitad de la década de los sesenta, cuando comenzaron a verse en los muros de la Ciudad de la Luz inscripciones con mensajes políticos realizadas con plantillas (stencil); pero hubo que esperar a mediados de los noventa para que comenzará a estudiarse el fenómeno del arte urbano de forma global, percibiendo las manifestaciones de este tipo surgidas en diversas ciudades del mundo como parte de un mismo fenómeno. Tuvo mucho que ver en ello el norteamericano Shephard Fairey y su campaña Obey. Su mensaje original era casi inexistente y no parecía haber en ella más propósito que el de llamar la atención sobre su autor, pero ha sido parafraseada y homenajeada en muchos ocasiones por su valor pionero entre los artífices de la cultura urbana.
En realidad un cierto grado de narcisismo tiene mucho que ver con los primeros pasos del arte urbano. Por aquellos años, en 1960, Cornbread, de Filadelfia, junto con su compañero “Kool Earl” ayudaron a popularizar el graffiti en Norteamérica mientras buscaban fama. Cornbread comenzó a grafitear, para llamar la atención de la chica que le gustaba, con unas firmas (tags). Pronto esta actividad se convertiría en su profesión a tiempo completo, tanto que llegó a ser recogida por la prensa negra, creándose una retroalimentación entre ambos: cada cierto tiempo, los periodistas sugerían algún proyecto que Cornbread ponía en marcha, como cuando estampó su firma en el avión en el que los Jackson Five aterrizaron en Philadelphia. Tiempo más tarde, esa subcultura urbana se reprodujo en Nueva York en estrecha relación con la música hip-hop.
